Zacatecas, tierra roja y corazón firme, fue escenario de un acto político tan ceremonial como simbólico. Bajo un cielo despejado y entre vítores de “Presidenta, presidenta”, David Monreal, gobernador constitucional, recibió con entusiasmo a Claudia Sheinbaum en su primera visita oficial como presidenta de México. No se trató de un evento cualquiera. Era la confirmación, según el mandatario estatal, de que el segundo piso de la Cuarta Transformación ya tiene cimientos sólidos en su estado.
El gobernador ofreció un discurso que osciló entre el fervor popular y la liturgia política. Con tono pastoril y la metáfora del campo en los labios, comparó el proceso de transformación con una siembra de largo aliento: “abrimos surco en 2006, abonamos en 2012, cosechamos en 2018 y mejoramos el fruto en 2024”. La audiencia, compuesta por simpatizantes y funcionarios federales, aplaudía cada mención a la reducción de la pobreza, la seguridad y los apoyos al campo. El guion parecía ensayado, pero el entusiasmo era real.
Claudia Sheinbaum respondió con una mezcla de cifras, agradecimientos y convicciones. Reconoció los logros de Monreal en seguridad, calificando la reducción de homicidios dolosos de “histórica”, con una baja de más del 70%. Aunque no olvidó recordar que ese tipo de resultados “no son fáciles ni espontáneos”, sino fruto de una dedicación diaria. El aplauso volvió a resonar con fuerza en la plaza, como si cada cifra se tradujera en un ladrillo más del piso que prometen estar construyendo.
Con el tono sobrio que la caracteriza, Sheinbaum reiteró los tres principios rectores de su gobierno: “por el bien de todos, primero los pobres”, “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre” y “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. Sin rodeos, criticó al neoliberalismo por 36 años de saqueo y olvido, reivindicando la redistribución de la riqueza como eje de su política. Lo dijo con la seguridad de quien no teme repetir el mantra: la corrupción terminó y los recursos ahora sí “alcanzan”.
Los números la respaldan. En Zacatecas, casi 200 mil adultos mayores reciben pensión, más de 34 mil personas con discapacidad cuentan con apoyo, y cerca de 60 mil jóvenes de preparatoria tienen becas. La lista es larga: Sembrando Vida, Fertilizantes, Producción para el Bienestar, Precios de Garantía… un entramado de programas que, al menos en papel, ha llegado a los rincones más alejados del estado. La presidenta no ocultó su satisfacción y, con tono pedagógico, explicó que “como los árboles, México está floreciendo porque se riega desde abajo”.
El evento, cargado de emotividad, también fue terreno fértil para las hipérboles. Monreal no escatimó en elogios a Sheinbaum: “Gracias, presidenta, por demostrarnos que no hay mejor arma que el amor al pueblo”. Y remató con una declaración casi romántica: “En Zacatecas la queremos bien mucho”. El gesto fue celebrado entre gritos, banderas ondeando y una especie de mística que mezcla política con devoción.
En el fondo, el mensaje fue claro: la transformación va, guste o no. Consciente de las resistencias —las internas y las mediáticas, las de quienes “quieren que regrese el neoliberalismo”— Monreal advirtió que no se desviarán del camino. Sheinbaum, por su parte, reafirmó su compromiso de seguir aumentando el salario mínimo y de mantener los programas sociales como derechos constitucionales. La continuidad es la consigna, el cambio sigue siendo el emblema.
La visita concluyó con la narrativa de un México que, según sus protagonistas, está abandonando la sombra de la violencia y la corrupción para caminar hacia una realidad más justa. El “segundo piso” —esa metáfora ya casi institucionalizada— no es aún una obra terminada, pero en Zacatecas, al menos por un día, se sintió como si ya hubieran inaugurado los primeros cuartos.
Porque entre discursos emotivos, datos duros y fervor político, quedó claro que para el oficialismo zacatecano y federal, la esperanza no sólo muere al último: hoy se cosecha.